El hombre sin nombre
El hombre sin nombre dormitaba en un banco del parque, echaba de menos
su colchón de látex, su todo terreno, a su mujer y a sus hijos. Creyó y confió
en los que le pidieron su apoyo, ahora era tarde para rectificar. Era uno más
en ese parque, el parque de los hombres sin nombre, el parque de los olvidados,
de los sin rumbo, de los de las manos atadas sin cuerdas, de los que gritan al
viento palabras que se dispersan y no
florecen. El hombre sin nombre tenía hambre y sed, de la que saciaba su
espíritu no de la que saciaba su cuerpo, esa le importaba menos. Le dolía su
mujer y, sobre todo, le dolía sus hijos porque no podía ofrecerles cuanto
deseaba o cuanto menos una luz al final del túnel.
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