martes, 25 de diciembre de 2012

El hombre sin nombre



El hombre sin nombre dormitaba en un banco del parque, echaba de menos su colchón de látex, su todo terreno, a su mujer y a sus hijos. Creyó y confió en los que le pidieron su apoyo, ahora era tarde para rectificar. Era uno más en ese parque, el parque de los hombres sin nombre, el parque de los olvidados, de los sin rumbo, de los de las manos atadas sin cuerdas, de los que gritan al viento palabras  que se dispersan y no florecen. El hombre sin nombre tenía hambre y sed, de la que saciaba su espíritu no de la que saciaba su cuerpo, esa le importaba menos. Le dolía su mujer y, sobre todo, le dolía sus hijos porque no podía ofrecerles cuanto deseaba o cuanto menos una luz al final del túnel.

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