lunes, 3 de diciembre de 2012

El Tren de Ninguna Parte ( V )


      Caminé por el andén escudriñando el tren como esperando ver algo anormal. Había más gente por sus inmediaciones, como esperando subir al tren, y a través de las ventanas un ligero trasiego de viajeros en busca de su asiento o simplemente mirando el mundo exterior, en espera de emprender la marcha. Miré el billete, de ida y vuelta, eso es lo que me preocupaba. No sabía dónde se hallaba “Ninguna Parte”, ni tan siquiera había oído hablar de ella, y debía estar de regreso para la cena. En la pensión eran estrictos en la puntualidad de las comidas y las cenas. Para la comida, como todos los domingos, tenía por costumbre comer fuera, para la cena dejé dicho que, como siempre también, acudiría a la hora de costumbre. Vivía en una pensión donde me trataban como a uno más de la familia porque, además, le encontraba muchas ventajas, apenas tenía que preocuparme por nada. Me hacían la cama, la colada, la comida, todo, yo solo tenía que vivir, o mejor dicho, sobrevivir.

      El tren estaba a punto de partir, la megafonía dio el último aviso, apenas quedaba un minuto, tiempo que me quedaba para decidir si subir, o, dejar que partiera sin mi. Indeciso, al escuchar el pitido que anunciaba su marcha, me agarré de la barra y, sin pensarlo más, salté a su interior. En ese momento inició la marcha, ya no había tiempo para volverse atrás. Comprobé el billete por si indicaba la reserva del asiento, no, tenía total libertad de sentarme en cualquier sitio. El tren era como aquellos viejos trenes, con un pasillo lateral y fraccionado en departamentos individuales donde había seis asientos. Antes de tomar uno decidí hacer una somera inspección de los compartimentos para ver qué tipo de ocupantes albergaban. Buscaba alguno que me diera buena vibraciones, el viaje, aún siendo corto, podría hacerse penoso de no elegir bien a los acompañantes.

      Los viajeros se agolpaban en el pasillo unos fumaban, otros estiraban las piernas, otros sacaban la cabeza por la ventanilla para captar en el rostro la sensación de la velocidad con el aire en contra, otros simplemente miraban el paisaje. Como si el destino los juntase, donde había viejos, todos eran viejos, si jóvenes, todos jóvenes, otros matrimonios de mediana edad,..., como si cada cual buscase sus afines por algún rasgo concreto. No me sentía identificado en ninguno de estos compartimentos. Había recorrido tres vagones encontrando, por fin, uno ocupado por una mujer mas o menos de mi edad. Desconocía si iba sola o acompañada, así que me atreví a preguntarle:

      -Perdone, no quiero molestar, pero...,¿Están ocupados los asientos?
      -No, no hay nadie más en el compartimiento-
      -Entonces, ¿le importa que ocupe uno de ellos?
      -¡Por Dios!, no soy quién para impedirlo-
      -Me llamo Isaac-
      -Encantada, yo Lena, de Magdalena-


      Tras esta escueta presentación, ambos dirigieron la mirada al paisaje que se divisaba a través de la ventanilla. Tras varios minutos de silencio.

       -Perdone que la moleste de nuevo, es la primera vez que cojo éste tren y no quisiera pecar de ignorante, pero..., para serle sincero, ni sé, ni nunca he oído hablar de Ninguna Parte-
       -No tiene por qué disculparse. La primera vez que subí a este tren podría decirse que..., yo era su viva estampa. Ahora, sin embargo, vivo allí.-
      -¡Ah!, entonces lo conoce bien-
      -¡Bien!..., es poco-
      -Entonces, si no tiene inconveniente, ¿le importaría ponerme un poco al corriente de lo que se puede hacer allí que no signifique una pérdida de tiempo?


      Lena es una mujer indeterminada. Indeterminada porque para describirla podría empezar por decir que es una mujer que, intuyo, debe ser mayor de lo que aparenta, la sitúo por los cincuenta, como yo, de estatura mediana como uno setenta, un poco menos que yo, pelo negro, corto, tez morena, mas bien delgada. Viste sencillo pero al día, pantalón de pana negro, camisa blanca con algo de encaje, una rebeca gris perla de cuello redondo y unos botines a juego con la rebeca. Usa gafas, nariz pequeña y redondeada, labios livianos remarcados con suave carmín. Indeterminada porque en el tumulto pasa desapercibida, como tantas otras. Observándola no dejo de compararme con ella, yo algo más recio, moreno de pelo castaño, sin gafas, pantalón chino verdoso oscuro, camisa a rayas verdes y azules, jersey de pico color crema, zapatos acordonados de suela de goma. De hecho también paso desapercibido en el tumulto. Y pensé,- “esta mujer bien podría ser la mía”-.

      Pensamientos de la soledad, “-¿por qué nunca cuajaron mis relaciones?”-. La tendencia es echar las culpas sobre los demás cuando seguramente está en nosotros mismos. Pero ya lo tengo asumido aunque, las interminables horas de tedio, se ponen muy cuesta arriba y resulta un sacrificio sobrellevarlas. Por fin, me llegó el turno. Hoy, en este momento, el devenir próximo está cargado de alicientes. Hacía tiempo que no tenía un objetivo y hasta una ilusión. Aventurado en un tren con destino a un lugar desconocido, con la ilusión de una compañía que podría asemejarse a mi alma gemela. Lena no solo iba a contarme cosas de Ninguna Parte, sino que, se ofreció de cicerone.

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