sábado, 1 de diciembre de 2012

El Tren de Ninguna Parte ( III )



      Aún quedaba día y en el horizonte nada en que emplearlo.

      Seguí caminando, confiaba en que el destino, o más bien, la casualidad me deparase algo en qué seguir ocupando el tiempo. De repente, frente a mi, el pulmón de la ciudad. El día era soleado, luminoso, el verde de los árboles, era primavera, los naranjos bordes estaban en flor y un aroma intenso de azahar emborrachaba el ambiente. Grupos de jóvenes padres custodiando a la chiquillería en la zona de juegos infantiles, el bar del quiosco repleto de gente tomando el aperitivo, la gran explanada inundada de palomas en busca de algo que llevarse a la boca. Los niños corriendo tras de ellas queriéndolas coger mientras elevan el vuelo, renglón seguido de vuelta al suelo a buscarse el sustento pareciendo cómplices en el jugueteo inocente.

      Quise sentarme en una de esas mesas para degustar tranquilamente una cerveza disfrutando de ese sol primaveral que aún no molesta pero, todas estaban llenas, y bien pensado no me atraía demasiado ver el espectáculo de las palomas y el trajinar de la gente de izquierda a derecha, o al revés, o de atrás hacia delante, o al revés. Todo parecía estar al revés, hasta yo mismo, iba de izquierda a derecha, de atrás hacía adelante, sin atreverme a posar las posaderas (nunca mejor dicho) no ya en una mesa, ni en un banco de los muchos que allí había, ni en el suelo sobre la hierba. Cansado de pasar varias veces por el mismo sitio, de ver a la misma gente, decidí seguir camino, a la deriva, como venía haciendo desde que salí de casa, como venía haciendo desde tanto tiempo.

      Los pasos de nuevo indicaron el camino, podía compararlo con aquello de la escritura automática en la cual, la mano, va escribiendo aquello que su propio movimiento le sugiere, sin premeditación, como un sin sentido. Luego analizando quizá se le encuentra un sentido, como si la parte inconsciente de uno mismo quisiera expresar algo. Lo mismo, los pies encaminaban una dirección sin la intervención de la mente, quizá en una forma inconsciente de buscar un destino. Así apareció ante mis ojos la estación del tren, la del Norte, con sus vías de cercanías y las de largo recorrido. Me adentré en la zona de aparcamiento. Solo con cruzar la puerta que delimita el recinto de la estación con la calle, parecía haber penetrado en otro mundo. Gente inquieta, prisas sosegadas (parece una contradicción). Hay que llegar puntuales, el tren no espera, quieres conservar la calma pero solo estarás tranquilo una vez sentado en el vagón correspondiente. Ésta es la sensación que la observación de la gente me transmitía.

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