miércoles, 5 de diciembre de 2012

El Tren de Ninguna Parte ( VII )


      El tren de regreso estaba a punto de partir, Lena y yo nos fundimos en un abrazo. El sol se resistía a ocultarse, y antes de subir al tren, Lena, sacó de su bolso una foto donde se mostraba radiante. La guardé en la cartera como si de un tesoro se tratara. El tren partió yo a través de la ventanilla, ella desde el andén, nos dijimos adiós. Un adiós que era un hasta pronto, porque volvería a buscarla, y ella me esperaría en ese mismo andén.

      El tren avanzaba, la oscuridad de la noche se iba apoderando del día hasta que a través de la ventanilla solo se divisaba alguna luz lejana y un cielo estrellado. Pensaba en Lena y una angustia me sobrevino. Habíamos pasado unas intensas horas juntos, y realmente poco sabíamos el uno del otro. Ella sabía que yo me llamaba Isaac, yo que ella se llamaba Lena, y poco más. Una casualidad hizo que me acercara a la estación, que accediera a subir al tren. Otra casualidad hizo que compartiéramos el departamento del tren, que hiciéramos el trayecto juntos. Sería un cúmulo de casualidades o simplemente el destino que tuvo a bien tener un detalle conmigo. ¿Quería decir eso que la vida no era del todo cruel conmigo, que quería concederme un motivo para seguir luchando y no caer en la desesperación?. Es posible.

     Ciertamente, afronté la semana con otro espíritu con otra mentalidad positiva, y si hasta ahora me refugiaba en el trabajo detestando los días de fiesta, hoy contaba los segundos, los minutos, las horas, los días, que faltaban para que llegara el fin de semana y volver a coger ese tren que me llevaría a Ninguna Parte. Se acabaron los domingos solitarios con desayunos en la cafetería, con los paseos no se sabe dónde, con la búsqueda de alicientes con qué matar el tiempo. Lena me esperaba y yo estaba ansioso por el reencuentro con ella.

      Llegó el sábado, madrugué, algo insólito en un día de fiesta, me acicalé a conciencia, en una bolsa de viaje puse unas mudas, las bolsa de aseo y algo de ropa. Apenas tomé un café y me dirigí a la estación. En la ventanilla había cierta cola, estaba ansioso por que avanzara rápidamente, larga se hizo la espera, finalmente, respiré, me hallaba frente al empleado.

      -Por favor un billete para Ninguna Parte-
      -Perdón, ¿para dónde dice?-
      -Si, para Ninguna Parte-
      -Me va a perdonar pero..., Ninguna Parte ¿qué es...?-
    -Me confunde. ¿No recuerda?, usted mismo me dio un billete para Ninguna Parte la semana pasada. ¿Recuerda?. El tren salía desde el andén número nueve, es más, junto al billete, que no me cobró, me dio además veinte euros. Cogí el tren, visité la ciudad y mi deseo es volver a visitarla-
     -Perdóneme de nuevo pero, estará de acuerdo conmigo que, es un poco improbable que le regale un billete de tren y además que le dé veinte euros. ¡En qué cabeza cabe!. Debe estar usted confundido-
     -Si..., le puedo mostrar una foto. Se llama Lena, la conocí en el tren. Seguro que la reconoce, de hecho usted le debió de vender el billete. Hace éste mismo trayecto con asiduidad, por eso es imposible que no la reconozca-

      Isaac cogió su cartera, buscó la foto de Lena para mostrársela al empleado, pero no, la foto no estaba allí.

      -Es imposible, si la puse aquí. Debo haberla sacado en casa,... seguro la tendré por el escritorio.-
     -Si..., claro. No me cabe la menor duda, pero no puedo darle lo que me pide, simplemente porque no existe. Si no tiene inconveniente, me dice donde quiere ir, o le pido por favor que deje libre la ventanilla, hay gente esperando.

      Isaac, cariacontecido, abandono la ventanilla. No era posible, si hace solo unos días que tomó ese tren. -¿Cómo puede ser posible que me esté pasando esto?-. Fui directo al andén número nueve. No había tal número nueve. Solo había ocho vías. Abatido abandoné la estación. De nuevo en la calle, sin rumbo fijo. Los pasos me dirigieron a aquella cafetería. Pedí un desayuno, como los de siempre, y el periódico y volví a tratar de matar el tiempo. Pero la congoja se apoderó de mi espíritu. No podía creer que el destino me hubiese deparado una broma tan pesada, mas cuando lo que viví era completamente real. Alguna explicación debía existir pero ¿cuál?. Para colmo, la foto de Lena que guardé con tanto esmero en la cartera tampoco estaba. Empezaba a pensar que todo había sido una ilusión. La ilusión de un desilusionado de la vida y asumí que mi destino era ese, y que en mis adentros quería cambiarlo, con ayuda de la mente, todopoderosa, que a veces parece jugar con nosotros.

      Me levanté de la mesa, salí de la cafetería y puse rumbo a la pensión. La cabeza parecía estallarme, no tenía ganas de nada. Deseaba llegar, tumbarme en la cama y, como casi siempre, lamentarme, compadecerme, lo peor a que se puede llegar, sentir lástima de uno mismo. Deshice la bolsa de viaje, no me llevó mucho tiempo, había poco, lo indispensable para un fin de semana. Me senté en el sillón, mi mejor amigo, con quien pasaba la mayor parte del tiempo, a quien le contaba mis desventuras, con la mirada extraviada en el fondo de la habitación. De repente, algo me llamó la atención. En el espejo, engarzado en el marco había una foto. Me levanté y, allí estaba, la foto de Lena. Era la prueba que necesitaba para saber que todo había sido real. Sentí deseos de volver a la estación y enseñarle la foto al empleado. Quería que supiera que no estaba loco, que Lena existía. Desistí de hacerlo, no valía la pena. Con la foto en la mano volví al sillón y me quedé absorto contemplándola. De repente se me cayó, boca a abajo, observando que detrás había algo escrito. La cogí de nuevo y leí la inscripción:

      “La vida tiene sus momentos, hay que afrontarla con ilusión. Todo es real si crees y luchas por ello”


     

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