El horno de
Juan quiso agradecer al chef del restaurante la confianza que en ellos había
depositado, y se le ocurrió regalar una tarta para todos los empleados del
restaurante.
El chef agradecido la repartió a
pequeños pedazos entre todos, un pedazo mayor para el dueño y se reservó una
parte para su familia. No en vano el detalle se debía a su persona, era quien
encargaba el suministro de pan, bollería y pastelería; y bien podía hacerlo a cualquier otro horno,
pero lo hacía al de Juan, y éste le estaba agradecido. Se la llevó a casa
disfrutando de ella su mujer e hijos.
El dueño del
restaurante cuando se enteró le recriminó que se quedara con la mayor parte,
recordándole que, al fin y al cabo, el dueño era él, motivo suficiente para que
la tarta quedara en su local y fuera él quien dispusiese de ella a su libre
albedrío. El chef dijo que no volvería a suceder, a partir de entonces él
dispondría de la tarta repartiéndola
según su criterio.
El chef habló
con Juan y le dijo que cuando les volviera a regalar una tarta, debía llevar
dos. Una para el dueño y otra para él, pero con discreción.
Llegado ese
momento, y posteriores, el dueño del restaurante repartía la tarta entre todos los
empleados, chef incluido, reservándose para él las mayores porciones. Todos quedaron
contentos, más el chef, quien además se llevaba una entera para él solo, y el
horno de Juan siguió surtiendo al restaurante el pan, bollería y la pastelería,
por muchos años.