martes, 29 de enero de 2013

La tarta


            El horno de Juan quiso agradecer al chef del restaurante la confianza que en ellos había depositado, y se le ocurrió regalar una tarta para todos los empleados del restaurante.

           El chef agradecido la repartió a pequeños pedazos entre todos, un pedazo mayor para el dueño y se reservó una parte para su familia. No en vano el detalle se debía a su persona, era quien encargaba el suministro de pan, bollería y pastelería;  y bien podía hacerlo a cualquier otro horno, pero lo hacía al de Juan, y éste le estaba agradecido. Se la llevó a casa disfrutando de ella su mujer e hijos.

El dueño del restaurante cuando se enteró le recriminó que se quedara con la mayor parte, recordándole que, al fin y al cabo, el dueño era él, motivo suficiente para que la tarta quedara en su local y fuera él quien dispusiese de ella a su libre albedrío. El chef dijo que no volvería a suceder, a partir de entonces él dispondría de la tarta  repartiéndola según su criterio.

El chef habló con Juan y le dijo que cuando les volviera a regalar una tarta, debía llevar dos. Una para el dueño y otra para él, pero con discreción.

Llegado ese momento, y posteriores, el dueño del restaurante repartía la tarta entre todos los empleados, chef incluido, reservándose para él las mayores porciones. Todos quedaron contentos, más el chef, quien además se llevaba una entera para él solo, y el horno de Juan siguió surtiendo al restaurante el pan, bollería y la pastelería, por muchos años.



domingo, 20 de enero de 2013

¡Si tuviera que volver a nacer!



    Teresa, octogenaria en la sala pre-operatoria, se lamentaba de su desdichada vida. A los nueve años la pusieron a cuidar un niño, solo fue un año a la escuela, apenas sabía leer y escribir. Pasó hambre, trabajó toda la vida y cuidó de un marido muchos años enfermo, ahora con su pensión ayudaba a la familia de su hijo. 
    Las desgracias tienen muchas caras, la joven enfermera, alegre y positiva, trató de consolarla cuando le dijo que su marido murió en sus brazos, pero había que seguir adelante con optimismo. Teresa la compadeció y trató de animarla. De todas formas, dijo, si tuviera que volver a nacer y llevar la misma vida que hasta ahora, elegiría no nacer.

martes, 8 de enero de 2013

La Materia



El cuerpo pegado a la pared del patio del colegio, conteniendo la respiración y los movimientos innecesarios, en ayuda del esfínter anal para no dejar transitar la materia, mientras mis compañeros jugaban sin tregua. Don Amador, el bedel, tenía malas pulgas y en la hora del patio no permitía que nadie saliese de él, ni para ir a los retretes. Por el miedo a ganarme un coscorrón, decidí permanecer inmóvil tragando hacia dentro intentando que la materia no osara salir, hasta terminar el recreo y poder ir a los lavabos para aliviarme los retortijones. La presión pudo más y lo inevitable sucedió.
Me mandaron a casa tal cual estaba. No hace falta mucha imaginación para describir la situación; la materia se deslizaba entre la pierna y el pantalón, llegando hasta los zapatos. Por la calle, cartera en mano balanceándola como a modo de juego, tratando de disimular lo evidente y de mantener la mente ocupada en algo distinto, evitando pensar en la probable reacción de mi madre.
Mi madre me recibió, no con los brazos abiertos, estupefacta ante el panorama. Confundida no sabía si regañarme, darme un  azote o qué decir. Es una de estas situaciones en las que no sabes con certeza como reaccionar, porque culpa había por mi parte ante una situación que no tenía que haberse producido y culpa también por la rigidez del sistema educativo basado un poco en la represión y en el sentido de la autoridad que era inquebrantable.
Al final de todo me vi sentado encima de una gran caja de madera, una de cuando mi abuelo tenía su fábrica de jabón, con mi madre limpiándome de cintura para bajo mientras que por su boca salían sapos y culebras.