Teresa, octogenaria en la sala pre-operatoria, se lamentaba
de su desdichada vida. A los nueve años la pusieron a cuidar un niño, solo fue
un año a la escuela, apenas sabía leer y escribir. Pasó hambre, trabajó toda la
vida y cuidó de un marido muchos años enfermo, ahora con su pensión ayudaba a
la familia de su hijo.
Las desgracias tienen muchas caras, la joven enfermera,
alegre y positiva, trató de consolarla cuando le dijo que su marido murió en
sus brazos, pero había que seguir adelante con optimismo. Teresa la compadeció
y trató de animarla. De todas formas, dijo, si tuviera que volver a nacer y
llevar la misma vida que hasta ahora, elegiría no nacer.
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