domingo, 2 de diciembre de 2012

El Tren de Ninguna Parte ( IV )



      Aguzando el sentido de la observación...., medité sobre el mismo. Observación, correspondería al sentido de la vista aunque no tiene la misma connotación, podría tratarse de una ramificación de éste sentido. Ver, como tal, podría considerarse una función abstractiva, como cuando haces una fotografía, plasmas un determinado momento, una imagen concreta: un coche, un señor con sombrero, una farola, un semáforo, un edificio, un vendedor de iguales, un policía,... , todo aquello que alcanza la vista. Observar es más complejo, implica sacar conclusiones, por ejemplo: “ El señor con sombrero está esperando a que el semáforo se ponga verde, quiere cruzar la calle y llegar hasta aquel vendedor de iguales sentado junto al edificio. Querrá comprar cupones esperando tener suerte...”

      Ya en la sala donde se expiden los billetes el trasiego era mayor. Colas en las ventanillas, o en las máquinas automáticas, comprando el derecho para poder desplazarse en el tren. Es curioso, estaba viendo la vida desde otra perspectiva, nacemos con unos derechos y obligaciones, las leyes nos otorgan unos derechos y unas obligaciones. Tenemos derecho a una vivienda, a un trabajo, a una sanidad, a una educación, tenemos tantos derechos que costaría enumerarlos, pero todos ellos intangibles. Estos derechos hay que hacer los tangibles, trabajamos para tener derecho a un salario, con el salario compramos el derecho de una vivienda, compramos el derecho de una educación, compramos el derecho de una alimentación, compramos el derecho de una sanidad,...., al final, tanto derechos como las obligaciones parece que haya que comprarlos.

      Sin darme cuenta, me coloqué en una de las colas de una ventanilla cualquiera, en la que menos gente había. Iba comprar el derecho a poder subirme a un tren, o visto de otra forma, tenía la obligación de comprar el derecho a usar un servicio que me daba el tren, llevarme a otra parte. Con agilidad mis predecesores iban abandonando la cola después de conseguir su derecho a viajar. Mientras, un mar de dudas afloraban, ¿qué hacía yo allí?, ¿a dónde quería ir?, si en realidad no quería ir a ningún sitio, solo estaba matando el tiempo, pero, los pies no seguían otra dirección que la de avanzar en la cola. Por fin llegué frente al empleado que expendía los billetes y me preguntó:

      -¿Para dónde?

      Por unos instante quedé sin palabras, con la mirada extraviada, como primer plano el empleado, como segundo plano el interior del pequeño habitáculo.

      -Señor..., ¿para donde quiere que le de el billete?
      -En realidad no tengo ni idea, para ninguna parte, la verdad, me he puesto en ésta cola, no se porqué, siento hacerle perder el tiempo, no tengo intención de viajar.
      -¡Ah!, perfecto. Aquí tiene un billete para Ninguna Parte, el tren sale del andén número nueve, dentro de quince minutos. Es muy puntual, no se demore. Tome, aquí tiene los veinte euros.

      Tenía en mis manos un billete de tren para Ninguna Parte y un billete de veinte euros. Como el mundo al revés, en lugar de pagar por el derecho a viajar, me habían vendido la obligación de viajar. No podía rehusar, al aceptarlo, supondría delinquir en caso de no tomar ese tren. Así que me dirigí al andén número nueve donde el tren de Ninguna Parte estaba esperando.

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