jueves, 29 de noviembre de 2012

El Tren de Ninguna Parte ( I )


   Me había levantado sin ánimo para afrontar un nuevo día triste y anodino. Cansado me acosté y cansado me levanto, con una sola pregunta que me machaca día tras día, ¿Y hoy qué?. Un futuro incierto, y si miro hacia atrás, un pasado sin historia. Qué peor puede haber que pasar por la vida sin pena ni gloria, con la certeza de saber que cuando desaparezca de éste mundo nadie te echará en falta. ¿Para qué he venido a éste mundo?, es otra de las preguntas que me martirizan, no lo elegí, y por eso mismo la vida me debía alguna consideración, tener al menos un detalle conmigo.

   Qué menos que haberme otorgado el don de la fe en algo, ni eso. Observo la gente, desdichada o no, con los mismos problemas o más que yo, sobre llevándolos con dignidad y es porque creen en algo. Esta carencia de fe será quizá porque, de pequeño, quisieron imponérmela, pero la mente suele reaccionar contra las imposiciones creando barreras, como cortafuegos que impide pasen lo que considera “spams”.

   Salgo a la calle, es domingo, por intentar ocupar el día en algo empiezo por entrar en una cafetería a desayunar. Un café con leche, unas tostadas, un zumo de naranja, y uno de los periódicos de la cafetería. Entre sorbo y sorbo al café con leche, al zumo, mordisco a la tostada y ojeo de los titulares del periódico, calculo puedo ocupar una hora. A lo largo de ese tiempo, de vez en cuando levanto la vista observando a la gente entrar y salir de la cafetería. Gente que pasa con niños de la mano, jóvenes parejas cogidas de la mano, se les ve contentos.

   Termino el desayuno y me siento incómodo por estar allí tanto tiempo. Tengo la impresión de que los camareros me observan, ¿qué pensarán de mí?. ¿Les daré lastima por verme solo?, quizá sean suposiciones mías, al cabo del día pasarán cientos de personas como yo y no creo que les importe mucho quien soy, y qué hago allí. Es su trabajo y lo otro mis fantasías. De todas formas, esa incomodidad propia, hace que me levante y salga de nuevo a la calle. Sobre la mesa había dejado el importe del desayuno con una buena propina, qué menos, era como, además de pagar el desayuno, les pagara un alquiler de ese espacio ocupado durante un tiempo que yo mismo consideraba excedido.

   Es posible que fueran consideraciones propias sin fundamento. Para eso estaban las cafeterías con mesas, un lugar para sentirse como en casa pero con servicio.

   Con determinación, salí a la calle dirigiendo mis pasos hacia la derecha de la calle, como si tuviera claro mi destino, al menos esa era la impresión que quería dar a los que en la cafetería se hallaban. No quería que pensaran que era uno más de esos seres solitarios que no saben en qué emplear el tiempo, pero era así de simple. Podía haber optado por quedarme en la pensión donde vivía, pero ello hubiese sido peor, las paredes seguro se me echarían encima y me aplastarían, no físicamente, sino mentalmente que era peor. Ojalá las paredes se vinieran abajo y resultase herido. Eso implicaría ir a un hospital y un tiempo empleado en algo concreto y necesario. Pero la triste realidad era que no sabia mi nuevo destino. Dejaría que las piernas eligieran libremente la dirección. Lo que si hicieron una vez algo alejado de la cafetería fue aminorar la marcha, ya no había prisa, el tiempo volvía a alargarse, los minutos pasaban despacio. Miraba el reloj repetidamente en cortos espacios de tiempo y parecía haberse detenido.

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